Cipriano Martos Jiménez murió a las 22.15 horas del 17 de septiembre de 1973 en el Hospital de Sant Joan de Reus. He aquí el único dato indiscutible de una historia repleta de sombras, soslayada por un régimen impaciente por enterrar toda respuesta a lo que sin duda olía a crimen político. ¿Qué había ocurrido tres semanas antes, cuando la víctima ingresó en el hospital custodiada por la Guardia Civil y con el tubo digestivo en llamas?Hacía meses que su familia le había perdido la pista. Aquel jornalero introvertido y sensible, acostumbrado a deslomarse en los cortijos granadinos, se había convertido en un obrero industrial ilusionado con subirse algún día al ascensor social. Pero sus esperanzas se fueron hundiendo poco a poco en los barrizales del extrarradio de Barcelona. Y se politizó. Desafiar a la dictadura podía costarle a uno muy caro; hacerlo desde las filas del Partido Comunista de España (marxista-leninista), un grupúsculo que se proponía prender la mecha de la «guerra popular» contra el fascismo, multiplicaba los riesgos. ¿Quién lo convenció para que se alistara a una de las organizaciones clandestinas más belicosas de la oposición antifranquista?De repente, fue cortando lazos con amigos y parientes. El secreto lo fue engullendo, hasta que fue destinado a Reus. Allí desapareció su rastro y brotó la leyenda. ¿En qué circunstancias fue detenido? ¿Qué pasó durante las cerca de cincuenta horas que permaneció encerrado entre los muros hostiles de un cuartel? Unos hablan de asesinato y dirigen su dedo acusador hacia los agentes que lo interrogaron; otras versiones alimentan la hipótesis del suicidio. ¿Queda alguien que pueda atestiguar que Cipriano Martos fue torturado? ¿Es cierto que fue obligado a beberse el contenido de un cóctel molotov? Un manto de olvido y silencio ha cubierto durante más de cuatro décadas una de las historias más escalofriantes y desconocidas del antifranquismo.