«Si usted va por la calle y ve a un grupo de chavales quemando un contenedor, seguro que se lo pensará dos veces antes de intervenir para recriminar a los gamberros su incívica actuación. ¿Por qué? Simplemente por miedo. Miedo o incertidumbre -llámelo como quiera-, porque usted no sabe cómo van a reaccionar estos mozalbetes empecinados en que el contenedor callejero arda como un tizón verbenero. También estoy convencido de que usted, que es una persona con dos dedos de frente, intuirá -¡y con muy buen tino!- que, en un primer momento, no conseguirá que reaccionen con acatamiento, humildad y arrepentimiento por el acto vandálico que están llevando a cabo. Todo lo contrario: lo mandarán a usted a la m..., y tendrá suerte si no le agreden físicamente por la irresponsable insolencia de meterse con ellos. Además, para mayor desesperación suya, aunque la calle esté bien concurrida, no debe esperar que ningún paseante acuda en su ayuda, ni para sumarse a su demanda cívica ni para evitar que lo muelan a palos; más bien mirarán hacia otro lado» (Paulino Castells).