No es el odio lo que amamos sino el placer de odiar, pues no odia quien quiere, sino quien tiene auténtica madera. Espíritu universal e inmortal, el odio, más allá de su ingenua asociación con la natural debilidad humana, se erige en categoría absoluta por encima del bien y del mal. No estamos a salvo ni del propio ni del ajeno. Este planteamiento, desarrollado a partir de cierto subjetivismo moral, provoca un efecto de perplejidad ética y de goce estético en el lector. El volumen se completa con tres ensayos que oscilan entre lo mundano y lo sublime: de la moda al sentimiento de inmortalidad, pasando por la fascinación que ejercen sobre nosotros los objetos lejanos.