Pocas actitudes están mejor vistas socialmente y necesitan menos defensa que el optimismo. La mayoría de personas creen que en el futuro desaparecerán las enfermedades, que la buena disposición anímica es la clave para superar las adversidades, que una comunidad de individuos libres es compatible con la igualdad social, que podemos conseguir cualquier cosa que nos propongamos si la queremos con suficiente intensidad…
¿Pero qué ocurre cuando nuestro optimismo se vuelve tan desmesurado que no nos deja calcular correctamente nuestras posibilidades de éxito, cuando nos empuja a pensar que podemos conseguir nuestras metas sin esfuerzo, cuando el optimismo choca con la realidad? En muchas ocasiones, cuando las expectativas se frustran, las personas, en lugar de reconsiderar sus objetivos, consideran que los que tienen éxito (países, ciudadanos, grupos sociales) son los responsables del fracaso, de este sentimiento germinan las políticas del resentimiento que al perseguir la utopía de la igualdad social, cultural, económica y educativa están socavando las instituciones, las tradiciones y las costumbres que posibilitan que los seres humanos convivan civilizadamente.