En 1905, el emperador bizantino Alejo pidió ayuda a los estados cristianos de Europa occidental en su lucha
contra los turcos, que barrían el Imperio tras la contundente derrota de los bizantinos en Mankikert (1071). A
continuación se organizó la Primera Cruzada, protagonizada por varios ejércitos de «peregrinos armados» que marcharon a
través de toda Europa hacia Tierra Santa. Estos ejércitos se encontraron con un mundo islámico dividido y fragmentado,
y, mediante una serie de batallas aparentemente milagrosas, llegaron a tomar la sagrada ciudad de Jerusalén. Sin
embargo, el éxito de la Primera Cruzada no volvería a repetirse: provocó dos siglos de amargas guerras, cuyas
repercusiones aún podemos sentir hoy.