Dicen los expatriados con más años en Cuba que en la isla «o te aclimatas o te aclimueres». Al primer y por ahora último corresponsal de La Vanguardia en La Habana, Fernando García del Río, que aterrizó allí en 2007, las autoridades del régimen trataron de aclimatarlo a conciencia, pero al cabo de cuatro años lo dieron por imposible, lo expulsaron del país y lo dejaron sin poder relatar la noticia que sus superiores en el periódico le habían enviado a cubrir en primer término: la muerte de Fidel Castro.
De su experiencia caribeña el periodista recuerda en este libro las vivencias personales que en su momento no pudo contar, al tiempo que desvela la trastienda de los hechos e historias que recogió y retrata la vida diaria de los cubanos en las postrimerías de un régimen anacrónico, entre rescoldos de la Guerra Fría y aires de cambio a cuentagotas.
El resultado es un libro de viajes de único destino y larga estancia, una extensa incursión en el surrealismo tragicómico de un país donde un chivo puede llegar a héroe de la patria, los médicos prescriben sesiones de hidroterapia en la lavadora de casa, o un antropólogo dedica cinco años a implantar cabellos a una momia. Un periplo por el territorio de un socialismo fallido donde robar al Estado no es más que «cambiar de lugar» un bien que es de todos; y también donde matar una vaca para comer puede pagarse con diez años de cárcel. Un país, en fin, en el que los inventos y ardides contra la penuria se combinan con el recurso al choteo como arma infalible contra la desesperanza.