Viajar en un taxi que lleva una buena historia es como desnudar la ciudad en movimiento. Sólo hay que dar con el taxista dispuesto a confesar esos secretos que ha visto, oído y callado al otro lado del retrovisor, cuando la vida cree que nadie la ve.
Da igual que por la ventanilla se vea el Raval barcelonés, la Torre del Oro o los túneles de la M30, porque el verdadero escenario está dentro, junto al volante. La puerta de atrás abre el telón: travestis majetes, canas al aire, estresados de sí mismos, don nadies de Armani, niñatos de fiesta, putas decentes, guiris borrachos, señoras sin rumbo, cuernos con propina y, si al volante va un tío con suerte, puede que hasta entre una mujer bonita que esa noche no quiere dormir sola y le sonría a ver qué pasa.
Pase página, cuando el taxímetro se ponga en marcha, empieza el cara a cara a través del espejo. Puede que reconozca a algún taxista. Puede incluso que la historia que cuenten sea la suya. Levante la mano y pare el siguiente. ¡Siga a ese taxi...! Que lleva una historia.