No hay duda que la verdadera piedra filosofal, como sólo se atreve a reconocer Hobbes en tono jocoso, es la lápida del cementerio. Sobre todo si pensamos en la cantidad de páginas que han dedicado al tema de la muerte los filósofos de todas las épocas. La parca ha teñido el cultivo del pensamiento de malos augurios porque la piedra del osario nos remite al frío límite de la existencia. No hay nada que nos provoque un espanto más íntimo a pesar del carácter biológicamente insoslayable del óbito. Acompáñenme pues, si gustan, en este paseo por la vida y la muerte de algunos pensadores, en la búsqueda de este elixir maravilloso que, atendiendo a la magnitud de la desazón, no podrá ser otro que el que transforme el susto por la expiración en ganas de vivir, una reconciliación íntima con la existencia que destierre la angustia y la desesperación.