Aurelio Arteta rescata la vejez del enjambre de prejuicios que suelen desfigurarla.
«Solo desde el crepúsculo se adquiere una visión del día completo.»
La vejez nos convierte en testigos privilegiados de la vida, por ser la posición idónea, afirma Aurelio Arteta, desde la que evaluar las demás edades. En A fin de cuentas, entabla con el lector una conversación a la que también están invitados Montaigne, Spinoza, Schopenhauer, Leopardi, Saint-Exupéry, De Beauvoir y Canetti, entre otros, al tiempo que rescata la vejez del enjambre de prejuicios que suelen desfigurarla.
Este «diario disfrazado» compuesto de sabias meditaciones, citas memorables, recuerdos, escenas de la vida y retratos, puede leerse como un sutil tratado filosófico en fragmentos que nos invita a mirarnos bien adentro y a despojarnos de toda afectación y de la trivialidad en la que tendemos a hundirnos.
Con ingenio, serenidad e ironía, capta las contrariedades, la dureza, los reveses, pero también las delicias y el humor de la vejez. Lo que brilla a través de estas páginas al tiempo graves y luminosas es un profundo amor a la vida, el rechazo de la muerte -también su acogida- y la enérgica juventud que caracteriza a algunos mayores. También, la nostalgia que tanta lucidez conlleva.
La crítica ha dicho...
«Uno diría que, de no ser por ese angustioso telón de fondo, en la sociedad actual la vejez ofrece razonables placeres y alegrías bien pautadas, dentro del plazo limitado.»
Carlos García Gual, sobre A pesar de los pesares