Sin fijar nuestra atención en las mutaciones acaecidas en las ideas acerca de la Revolución durante el último tercio del siglo XX no sería posible entender el destino singular que ha tenido un libro como Los orígenes ideológicos de la Revolución norteamericana. Pues si, en el momento de su aparición, pudo parecer la obra de un señor con corbata de pajarita, un texto cuyo objetivo no iba más allá que el de realizar una erudita aclaración de ciertos
aspectos pertenecientes a la parte más altamente retórica de una controversia histórica ya superada, en breve esa visión cambió. Y lo que una vez pudo ser considerado una indagación en un mundo intelectual muerto y enterrado, la invocación de una ideología burguesa, iusnaturalista e inevitablemente demodé, pronto pasó a ser visto como algo dotado de un sentido inaugural y del todo diferente: un texto que, contra las apariencias
iniciales, tocaba de cerca aspectos básicos de la experiencia política moderna; que de verdad ofrecía aquello que prometía en su portada; un libro en el que se dilucidaban cuestiones importantes acerca de la ideología, de los orígenes e incluso de la propia Revolución.