Después de conquistar en menos de diez años un vasto territorio que iba desde Grecia hasta el subcontinente
indio, Alejandro Magno murió prematuramente en 323 a. C., por lo que no pudo dejar bien establecido quiénes iban a
heredar un patrimonio tan enorme, ni pudo organizar una infraestructura de gobierno adecuada. La incertidumbre que
provocó su muerte no tardó en dar paso a una serie de conflictos que estallaron entre sus sucesores por conseguir una
parte de ese imperio. Fue un período de cuarenta años de guerras, asesinatos, alianzas, traiciones, matrimonios de
conveniencia e intrigas palaciegas.