EL ENFRENTAMIENTO MÁS CONOCIDO, el que opone a árabes
e israelíes, comenzó sin duda el 29 de noviembre de 1947,
cuando la Asamblea General de las Naciones Unidas estableció
la partición de Palestina, hasta entonces un dominio británico,
en dos estados. Uno judío y otro árabe.
La decisión era el resultado de varias décadas de intentos
judíos de crear para sí mismos un hogar en Palestina, del impacto
social del Holocausto, de la «guerra fría» entre Estados
Unidos y la Unión Soviética y de la pésima política desarrollada
tras la Primera Guerra Mundial por sus vencedores morales,
Francia y Gran Bretaña, únicos responsables de alterar
parte de las fronteras conocidas y originar muchas de las disputas
territoriales ocurridas desde entonces.
La sorprendente y clara victoria israelí que se produjo en
1948, en lo que se inició como una guerra civil, tuvo graves
consecuencias. Le permitió apoderarse de vastas zonas que la
ONU les había otorgado a los árabes, con lo que el nuevo estado
abrió una enorme brecha entre ambas comunidades que
alteró las relaciones estratégicas del Medio Oriente para siempre.
En la actualidad, tras cuatro guerras consideradas como
tales y una confrontación incesante entre las culturas árabe y
judía, la inestabilidad de la región parece indicar con claridad
que los problemas pendientes de solución continúan siendo
casi infinitos, y que la mayor amenaza para la paz a la que se
enfrenta el mundo contemporáneo dista mucho de haber concluido.