A once mil metros de altura, las azafatas pasan el carrito ofreciendo comida y bebidas, impasibles, acostumbradas ya a la rutina del vuelo.
Pero su atenta mirada detecta todos aquellos detalles que a veces pasan desapercibidos: pasajeros succionados por el WC, otros que, enfurecidos, piden una hoja de reclamación ya que al aterrizar se les ha caído la dentadura, o una orquesta de cámara que para amenizar la espera da un concierto en plena puerta de embarque.
¿Listos para aterrizar? Ya en tierra, la tripulación comenta la jugada y las carcajadas se cuelan por los pasillos de los aeropuertos.