En el país del zar Iván no había alegría. Pese a tener aguas cristalinas, hermosos árboles, grandes montañas, ropajes ricos e inimaginables joyas, las gentes y su zar no eran felices. Un buen día, Alexander, el príncipe heredero, estaba ayudando al sabio Nebal a trasladar unos libros a la biblioteca, cuando uno de ellos cayó al suelo quedando abierto por una de sus páginas. Alexander no pudo evitar leer un poco de lo que allí decía, una historia acerca de un bosque escondido: el Bosque de las Gemas. Intrigado, lo llevó a sus aposentos donde comenzó a leer el libro desde el principio. Una de las nueve historias de las que se componía se titulaba El diamante de ajonjolí. Aquella palabra, ajonjolí, le resultaba conocida, pero cuando cayó en la cuenta de lo que significaba, “alegría”, decidió que tal vez mereciera la pena buscar ese bosque de gemas y traer a su reino lo que tanto hacía falta: la alegría. Lo comunicó a todos, pero uno a uno le desanimaron diciéndole que aquello que había leído era sólo una leyenda. Sin embargo, Alexander no estaba dispuesto a desistir tan fácilmente.