Entre las siete tragedias de Sófocles (c. 496-406 a.C.) que se han conservado completas, Antígona ocupa sin
duda un lugar privilegiado. Como figura heroica la trascendencia de la protagonista ha propiciado innumerables
relecturas a lo largo de los siglos (con una excelente acogida en el teatro contemporáneo) y ha dado pie a
especulaciones filosóficas de todo pelaje. El personaje, encarnación del conflicto entre individuo y sociedad, lo
consiente y lo aviva. Creonte, rey de Tebas, impone la prohibición de dar sepultura a Polinices, alzado contra el
estado y muerto en lucha fratricida. Antígona, contraviniendo esas órdenes explícitas, arroja un puñado de tierra sobre
el cadáver de su hermano, proporcionándole así un enterramiento simbólico. La valentía con la que afronta la situación
contrasta con la actitud de su hermana Ismene, sumisa al poder establecido. Antígona, por su desobediencia, pagará con
su vida, pero arrastrará a Creonte a la desgracia. La obra de Sófocles, especialmente Antígona y Edipo Rey, se ha
convertido con el curso del tiempo en el paradigma de la tragedia griega, y sobre ella descansa en gran medida nuestra
comprensión de este género y de sus implicaciones filosóficas y religiosas.