En 1978, con treinta y cinco años y dos libros de poesía, Gallagher conoció a Raymond Carver, que fue su tercer marido y la animó a escribir ficción en prosa. El amante de los caballos (1987), que reúne doce cuentos de la autora, fue el primer fruto de aquel estímulo. El conjunto de los cuentos forma una extraña unidad, en todos vemos el diálogo entre el pasado y el presente, el tema del desarraigo, el familiar muerto o desaparecido, y sobre todo a unos personajes que tienden a reinventar sus vivencias. Desde el ama de casa que acaba creyendo en la adivinación («Aguarrás») hasta la niña que descubre la realidad oculta del mundo («Las gafas»), todos parecen susurrar que los límites de nuestra vida son los límites de nuestra imaginación. En estos cuentos puede verse la influencia de los maestros de lo imprevisto como O. Henry, de los maestros de la sugerencia y la economía narrativa como Chéjov y Maupassant, incluso de los maestros del gótico sureño como Flannery O’Connor y William Faulkner, pero el concepto de cada historia posee un acabado personal. «La cotidianidad de los personajes está sembrada de pequeños e inopinados momentos de epifanía e introspección turbadora» (Washington Post Book World); «La última frase de cada cuento da significado a las vidas opacas, resarce de las soledades» (Times Literary Supplement).<