«Estaba convencido de que morirse en primavera era un despropósito: el mundo ofrecía épocas más adecuadas para abandonarlo y sólo a un bohemio o a un anarquista se les podía ocurrir fallecer cuando todo en la tierra empezaba a renacer; de tan asociales sujetos cabía esperar cualquier cosa, incluso que arrastrados por su perversidad fallecieran en señalados días de fiesta, el colmo, pues los días de fiesta estaban en los calendarios para celebrarlos con la misa mayor, el concierto de la banda municipal, el arroz con pollo comido en familia y la corrida de toros, de haberla, y no para enlutarlos con un cadáver.»
Novios que sueñan con una luna de miel sin salir del hotel; guardias municipales que no se suicidan sólo porque tienen nueve bocas que alimentar; pordioseros que hacen de la mendicidad un arte; ancianos que fingen una parálisis para conquistar su libertad: antihéroes que pueblan una época gris y que proporcionan una mordaz ironía a las historias de Azcona. La visión amarga y desencantada de una realidad mediocre puede desencadenar una sonrisa.