Ésta es la historia de cinco personajes cuyas vidas no tardan en cruzarse.
La historia se desarrolla en su mayor parte en Islandia: una isla de hielo, llena de lava, de viento y de gaviotas valerosas que caminan por las aceras de su capital sin importarles que estén transitadas. El escenario de este relato son las cuatro calles de la ciudad pero, sobre todo, la conciencia más o menos secreta de sus protagonistas.
Al igual que los cuadros de Miró, esta historia no tiene ni una prima donna ni un primo uomo. Si bien los personajes coexisten compartiendo el mismo espacio, no llegan a comunicarse entre ellos incluso cuando se encuentran muy cercanos. Sin embargo, todos están unidos por un hilo invisible. Se trata de un hilo de confín, un límite: el humano. Y es precisamente en esta inevitable limitación que todos ellos se mueven y coexisten.
Alexander Norberg, el célebre director de orquesta, invita a tomar parte en su concierto de despedida a Rebecca Lunardi, una mujer complicada y cínica que se encuentra al final de su carrera; y a Marcel Vanut, un muchachito prisionero de unos padres codiciosos que se han enriquecido gracias a la voz excepcional de su hijo al que no permiten ninguna diversión.
En torno a ellos se ciernen dos personajes inquietantes: Hákon, padre secreto de numerosos hijos y maestro de vida disipada para los jóvenes de Reikiavik, y Oscar, un empleado de un hotel de lujo de Londres cuya única tarea es saludar con una inclinación a los clientes que entran y salen de él.
Alexander, Rebecca y Marcel, al igual que Hákon y Oscar, desafían las reglas del destino y ponen sus esperanzas en manos de la oscuridad islandesa: una oscuridad invernal y neblinosa envuelta en una niebla capaz de hacer que cualquier acontecimiento resulte misterioso.
«Una soledad dolorosísima sigue a una compañía excesiva: la orquesta delante y el público a sus espaldas. Miles de ojos ávidos de su música, pero no de él. Pensó: ?Ahora ya no sé nada: el final de la música será también el mío?».