De la existencia de este libro tuve noticia a través Quintín, crítico y comentarista argentino al que merece la pena leer aunque uno nunca o casi nunca esté de acuerdo con lo que dice, interpreta u opina. Quintín es, además de crítico que va "por libre", un hombre enfadado. Más enfadado con el optimismo de la voluntad que con el pesimismo de la inteligencia pero en cualquier caso ejerce de ciudadano enfadado y de crítico literario que admira, por ejemplo, la alta cursilería literaria de W.G.Sebald y es muy reticente, sin embargo, frente a la sequedad lúcida de ese otro gran enfadado con el mundo que es V.S.Naipaul.
Recordaba el susodicho a propósito de cierta "literatura escolar" el daño que según Kurt Vonnegut podía provocar la escuela como mortífera arma de destrucción masiva, y proseguía hablando de las ideas de Ivan Illich acerca de la conveniencia de construir una sociedad desescolarizada, a fin de escapar de la dictadura del profesorado. Y finalmente decía:
«Aunque es un libro pleno de humor, más cercano a Vonnegut que a Illich, Vera le da toda la razón al austríaco-mexicano: el camino de la escuela sólo conduce a su propia degradación. "Esto es lo que ha conseguido el colegio en todos estos años de esfuerzo: la sordera. Todos los alumnos tienen mínimas capacidades de atención, están hartos de todas esas motivaciones escolares que los infantilizan o que subestiman su inteligencia".
Y ocurrió entonces que leímos la novela y que decidimos publicarla y que hablamos con el editor y con el autor, y éste aceptó las muy magras y enjutas condiciones económicas que le ofrecimos, y fue así como se llegó a este libro que usted tiene en sus manos, y no lo deje caer y abra y lea y disfrute y si además tiene usted hijos o padres o nietos en edad escolar déselo, que acaso su lectura les haga bien. Que de eso debería tratar la literatura: de la lectura como bien común, de herramienta contra el daño.»