El inicio de la era atómica puede resultar anecdótico, pero los detalles del proyecto Manhattan, una de las empresas más extrañas y monumentales de la era moderna, son incluso descabellados. Un judío húngaro llega a Estados Unidos y, como no sabe conducir, su primera misión es convencer a alguien de que lo
lleve hasta el científico más famoso del mundo. Le trae noticias gravísimas. Una vez recibidas, Albert Einstein decide, junto con su atribulado amigo Leó Szilárd, avisar por carta al presidente Roosevelt: es posible construir una bomba de alcance nunca imaginado, y tal vez los nazis ya se hayan puesto a ello.
Decenas de miles de personas acabaron movilizándose para construir ingenios que nadie había probado antes y, aun así, el secreto se mantuvo. Naturalmente, si los mejores físicos del planeta iban a juntarse a imaginar su destrucción, había que fundar para ellos una ciudad que no apareciera en los mapas. Y hasta aquí, la parte más conocida de la historia. Las esposas de Los Álamos es, sin embargo, la reconstrucción imaginaria de lo que no sabemos, contada por un «nosotras» que es la voz de la colmena y el pensamiento popular, pero también de la reflexión: la de unas mujeres jóvenes y cosmopolitas, esposas educadas que venían de Berkeley y de Cambridge, que habían huido de París, solían vivir en Londres y Chicago, y que, sin darse cuenta, o un poco a sabiendas, contribuyeron a desatar la fuerza más destructiva de la historia. Una voz que por eso mismo disiente y se hace preguntas sobre la ciencia, la guerra y el poder que no dejan de ser las nuestras.