Tras un gol histórico en la final de la Copa del Rey de 1943, su carrera se ha visto truncada por una lesión que le ha dejado cojo y medio inválido. Él, que ha pasado de albañil a jugador profesional, que saltó de los equipos locales al Athletic de Bilbao, el club de sus sueños, necesita un trabajo sentado y acaba aceptando el de ensobrador de cromos, aunque ello suponga, «como una mueca de negro humor añadida a su naufragio», toparse con su propia foto en las colecciones de fútbol. Desde que cambió su suerte, Souto sabe que ha dejado atrás los mejores años de su vida, que tiene que renunciar a su noviazgo con Irune y al anhelado retiro de sus padres, y ni siquiera le consuela aquella edad inolvidable en que de la mano de su padre «lloraba y reía como un mocoso ante el Athletic»… Entonces un periodista llama a su puerta y le insiste con una tentadora propuesta