¿Cuándo entendemos qué es lo importante y qué lo que debe dejarse a un lado? ¿Y cuánta autonomía tenemos a la hora de establecer esta distinción? Sin duda, los shocks emocionales y los fracasos fundan por sí mismos caracteres que se convierten en destinos. No obstante, quizás haya una alternativa a este fatalismo, y es que, si bien nadie nos salva del golpe, en nuestra mano está el decidir cómo lo vivimos. En sin música un niño cuyo hermano ha fallecido en un accidente años atrás, y cuya hermana se ha ido recientemente de casa, trata de escapar del derrumbe en el que están inmersos sus progenitores no renunciando a dar cabida a todo lo que piensa y hace, es decir, no permitiendo que su vida se convierta en el desmoronamiento del que es testigo. Este desmoronamiento podría resumirse en lo que el padre le dice a un amigo: "Confundimos la ambición con la codicia. Lo confundimos todo. La gracia con el humor, lo anecdótico con lo interesante, la altura con el vuelo. Y si lo confundimos es porque nos vale. Nos vale lo pequeño porque proyectamos en ello lo que de verdad necesitamos, para completarlo; y lo que más tememos, para que nos sea más fácil conformarnos".
Puesto que la huida del niño de la derrota de sus mayores no es una decisión consciente, surge aquí la cuestión de si los infantes nacen sólo con Eros y son los adultos quienes les inoculan el Tánatos. Por otra parte, lo que en sin música encontramos no es la habitual problemática de qué tipo de espejo son los padres para sus hijos, sino su polo opuesto y complementario: qué tipo de espejo son los niños para sus padres. El resultado de estos y otros asuntos es una novela singular y envolvente que recomendamos que lean con un boli o un lápiz en la mano, pues les van a entrar ganas de subrayar muchos de sus pasajes.