La acción transcurre principalmente en la década de los 70, en la Rusia anterior a la Perestroika y en el París de los años posteriores al Mayo del 68. Destaca el profundo estudio psicológico de los protagonistas, Dmitry Mitrich y Charlotte Léchard, distintos por pertenecer a mundos diferentes, pero vinculados por lo que podríamos llamar globalización de la esperanza: ambos sueñan con un mundo mejor.
El autor rehuye los dramatismos tópicos y las tintas oscuras del GULAG estalinista. Por el contrario, abre paso al lirismo que destila la infancia de Dmitry, enraizada en el alma de los abuelos. En la isba de los bosques de Vinnikja, en los veranos de su infancia, se fragua su universo vital de amor a la Belleza. Una visión del mundo surgida de las conversaciones con su abuelo, que hablaba con las estrellas y le decía: no puedes poner los pies en la tierra hasta que no hayas tocado el cielo. El arraigo en la sinceridad y en la limpieza de mirada fortalecerá al muchacho.
Dmitry marchará becado a París donde resuenan muy cercanos los ecos del Mayo del 68. El giro ambiental es evidente. París será un paraíso para un muchacho llegado de la Rusia soviética porque allí encuentra respuestas a sus interrogantes existenciales: la amistad sincera, el compromiso con el mundo, el amor. Charlotte, una desenvuelta joven francesa, se convierte en su varadero amor. La represión de los agentes secretos de la KGB se interpone entre ellos.Es la represión que el destino ejerce sobre la utopía.
Como paradigma del sentido de la vida de cada persona, Sueños en Manhattan hace un balance de una generación que estuvo marcada por la utopía.
Una búsqueda que da sentido a la propia vida humana, pese a que la realidad se encarga, una y otra vez, de corregir y encauzar nuestros pasos hacia horizontes más prosaicos.
En resumen, una novela excelente y hermosa de hondo perfil humano que funde el destino individual con el colectivo mediante una prosa seculpida y épica que nos hace reflexionar sobre nuestra propia existencia.