Edouard Furfooz, un hombre de cuarenta y seis años, vive apasionado por las cosas minúsculas. Colecciona por el mundo entero todo aquello que cabe en la mano de un niño. En Roma, Tokio, París, Londres, Edouard Furfooz compra y vende juguetes viejos, muñecas, miniaturas, todos ellos preciosos y ejecutados en materiales nobles. Su vida amorosa es tan fluctuante como su cotidianidad: de aeropuerto en aeropuerto, de una mujer a otra. Pero un recuerdo difuso coloniza su vida, el de una niña compañera de escuela cuya memoria no consigue recuperar. ¿Qué vivió en su infancia que le domina de tal modo? ¿Es por su causa que detesta cualquier ruido, incluida la música, y prefiere siempre el silencio? ¿Es por ello que tiene una perpetua impresión de frío que le lleva a abrigarse incluso en verano? En Las escaleras de Chambord, Pascal Quignard demuestra una vez más su dominio del relato, su sentido del tempo, de los diálogos, de los personajes secundarios, pero sobre todo su capacidad para construir universos, en este caso el de un coleccionista de juguetes antiguos, que no encontrará el sosiego hasta que revisite todos los peldaños de su existencia para deshacer el nudo que lo aprisiona desde su infancia.