El mundo de la cultura estuvo, durante mucho tiempo, prácticamente cerrado para los invidentes. Pero en el siglo XIX, Luis Braille, consciente de la importancia de la conservación del patrimonio cultural y de lo esencial de éste para la autonomía de los ciegos, revolucionó con su sistema de puntos las competencias de sus compañeros de ceguera. Al dañarse irreparablemente su vista a los tres años, Braille no cejó en la lucha por su realización personal. No sólo llegó a ser profesor y organista a niveles profesionales: su trabajo y su esfuerzo contribuyeron de forma esencial a que la escritura y la lectura no fueran una limitación para sus compañeros de colegio primero, para sus alumnos después, y, finalmente, para todos los ciegos del mundo. El reconocimiento oficial de su sistema de lecto-escritura en los últimos años de su vida, fue un premio a su superación.