El retrato es un arte difícil: lo es en la pintura y no deja de serlo en la literatura también, donde ni la página puede competir con la expresión del lienzo ni la palabra puede hacerlo con las múltiples agilidades del color. Por eso mismo su valor es máximo. O eso lo que acaba de hacer en y con este libro Bernardo Chevilly tiene aún más mérito: porque, en vez de seguir el sistema de consignas en uso, él enlaza con lo mejor de nuestro verso, aunque en su libro la prosa haya de ser leída como verso y al revés. Hijo de pintor y él mismo músico, Chevilly retrata, más que el perfil físico de cada personalidad o personaje, la música interior que lo traduce o acompaña y en la que vemos un fragmento de tiempo o un espacio de mundo que fluye, menos abrupta que acompasadamente, en y con él.
Bernardo Chevilly demuestra en este libro que en la vida hay instantes ?por desgracia, no muchos- en los que el yo coincide también con el sí mismo: al menos él ha conseguido que el yo de otros sea salvado por el yo de él. Lo que no es poco. Mientras tanto, cada uno de nosotros intentamos persistir en el nuestro ?nos resulte un huésped incómodo o no. Para Chevilly, la música es retrato y éste, no pocas veces, toma la forma de canción.