Todo empezó por curiosidad, que no por casualidad. El deseo de hallar respuestas para compartirlas con sus alumnos llevó a Guillermo Tejada Álamo a investigar sobre el origen del nombre de las formaciones de agua dulce, especialmente de los ríos, que, a la par del fuego, han sido determinantes para el desarrollo de la Humanidad. No en vano, el hombre se estableció en las cercanías de estas fuentes hídricas. Para constatarlo, basta recordar a los sumerios, considerada como la primera y más antigua civilización del mundo, quienes se asentaron entre el Éufrates y el Tigris. Y es tal la importancia de estos reservorios del llamado líquido vital que, como bien señala el autor, “ los seres humanos, no solo le han puesto nombre a los ríos, sino que también recibieron la mayor parte de la veces un gentilicio debido a su proximidad geográfica, como: los iberos, astures, béticos, pelendones, oretanos etc.”. El viaje emprendido por Tejada Álamo además de ser geográfico es histórico y se remonta hasta los tiempos cuando los llamados pueblos celtas, presuntamente provenientes del norte y centro de Europa, llegaron hasta la Península Ibérica, portando consigo su cultura. Hoy día, uno de los mayores vestigios de su paso es, precisamente, el nombre tanto de ríos como de localidades. Tal es el caso de los ríos Ulzama, en Navarra, y Aragón, entre Huesca y Navarra; de los poblados de Gumiel, en Burgos; e incluso, de la ciudad de Palencia, entre muchos otros. Sin embargo, Topónimos e Hidrónimos trasciende las fronteras españolas para “visitar” otros puntos de la geografía europea, como Roma y Austria, e incluso cruzar el mar, para explicar las denominaciones de diversos ríos: como el de la Plata, en Argentina; el Magdalena, en Colombia; el Orinoco, en Venezuela; Arakán, en Birmania; Araka, en Níger; y hasta el lago Argyle, en Australia. Sin duda, la obra de Tejada Álamo es una invitación a navegar, tal vez sumergirse, en las aguas de la Historia y conocer, tal vez corroborar, aquello que nos une como Humanidad.