Desde hace años, hay diseñadores y teóricos que reclaman una función del diseño más allá de la de incentivar el consumo. Esta función es la de mediador; es decir, el diseño como disciplina que configura nuestro entorno humanizado, algunos dicen que artificial, es una interfaz entre nosotros y el mundo, entre nosotros y los demás, e incluso entre nosotros y nuestro propio cuerpo. Esa función de mediación no ha sido nunca tan evidente como ahora, cuando desde las pantallas vemos el mundo o cuando durante meses hemos tenido que desinfectar todo objeto que tocábamos o cuando filtrábamos hasta el aire que respirábamos.