El making off de Mata a tus ídolos.
«Este no es un libro sobre la soledad ni sobre cómo evitarla, ni siquiera es un libro sobre beber o una guía turística de lugares que me hicieron sentir como en casa, pero probablemente tiene un poco de todo eso.»
Existe esa creencia (realmente extendida) de que si bebes solo debes de estar atravesando una especie de crisis existencial. Mito extendido por el cine americano, que ha perpetuado esa imagen de perdedor enfundado en gabardina y sombrero calado, en un bar lleno de humo, apurando esas ridículas raciones de whisky que sirven al otro lado del Atlántico (en España le bastaría con dos rondas para desplomarse; en Estados Unidos necesitan quince). El tipo que no llora porque es demasiado duro para desperdiciar agua. Pero el alcohol en solitario no es triste ni amargo (al menos en mi caso). Es ese momento donde me doy permiso para dejar de pensar en lo que sea que esté pensando. Lo cual es muy útil si cada día te da por pensar una cosa distinta. Cierto es que no tengo costumbre de abusar y normalmente dimito a la tercera copa, por lo que no sabría decir qué pasa con aquellos que se refugian en los brazos de una botella de un modo regular: el vino (que es lo que me gusta beber) endulza cualquier veneno pero no anula sus efectos.