«Cuando lo leo, tengo la sensación de que me guiña el ojo». Lo aseguraba Wislawa Szymborska sobre Homero. Vivió en otra lengua y en otro tiempo, pero sus versos mantienen hoy tal intensidad que quien los escribió nos guiña el ojo, cómplice junto a quien lee. Nos guiñan el ojo Homero y la propia Szymborska, y Casia de Constantinopla con su honda delicadeza del espíritu, o Charles Baudelaire —que, además, brinda— y su fiesta expansiva y oscura...
Lo que sentimos y vivimos hoy, ¿en qué se diferencia de aquello que sintieron y vivieron poetas de otras épocas? Aunque nuestras circunstancias sean distintas, el paso del tiempo lo reflexionamos con la misma gravedad que Ono no Komachi, y cuando besamos compartimos intensidad con la forma en la que unos labios buscan otros en los poemas de Louise Labé. Guiñar el ojo celebra la manera en la que la poesía que ha resistido el paso del tiempo, contando cómo las vidas suceden cien, doscientos o mil años después de haberse escrito.