Las líneas de este libro son de luz. El esplendor de la luz solo se aprecia y se sabe utilizar en la más profunda oscuridad. Tengo cincuenta y ocho años y buena parte de mis días han sido de penumbra. Pero uno, un día en particular, trajo consigo una noche oscurísima. Era tal su oscuridad, que del cielo la noche pasó a mi alma y me obligó a ver la luz y a utilizarla para contemplar lo esencial. Para descubrirme y darle sentido a mis penumbras, a los acontecimientos de mi historia, a la carrera frenética y ambiciosa de mi vida en casa, en la oficina, en todas partes. La oscuridad produjo en mí una emoción tan intensa que lloré como nunca lo había hecho, las lágrimas ablandaron mi coraza y salvaron mi corazón, que dejó de estar a la defensiva para reconciliarse con aquellos a quienes creía que rechazaba, pero que en verdad amaba.
Ahora, desde la calma que sigue a la tormenta, desde la luz que sigue a la noche oscura, cuento mi historia con alegría. Desde mi madre hasta mi hija. Desde el desencuentro hasta el amor. Cuento la historia de una mujer rígida que finalmente ha empezado a moverse con soltura, que aprende todos los días a salir de sí misma para darse sin reservas. Que poco a poco consigue donar en vez de acumular, dialogar más que imponer, escuchar en lugar de hablar, vivir y dejar vivir sin controlar.
Lo que mi historia cuenta es que sí pude convertir en luz la más profunda oscuridad. Sí pude encontrar un camino distinto al habitual, y ser feliz con lo que tengo y con lo que soy, aunque a veces me parecía imposible. Sí he podido ser finalmente.