De su orfandad en el Nueva York de los años veinte al desembarco de Normandía al mando de un submarino, pasando por sus bohemias correrías de posgrado por los cafés parisinos, y cultivando, años más tarde, sus relaciones con los más insignes escritores de la contracultura estadounidense, en su condición de poeta, librero, activista y editor, a El chico le alcanzó con un siglo entero —entregó estas memorias habiendo cumplido ya los cien, en 2019, dos años antes de su partida—.
Es esta la autobiografía novelada de una vida extraordinaria, a modo de última voluntad y testamento literario: una meditación sobre la celebración de su propio centenario —pocos disfrutan de ese privilegio—, rica en sabiduría, emoción y recuerdos. Ferlinghetti da rienda suelta a un prodigioso torrente de recuerdos para elaborar lo que bien podría denominarse un alegato final sobre su muy productivo periplo vital.
Su misión divina en el guion tenía inicialmente por objeto salvar de la ruina el orfanato de Chicago en el que crecieron los hermanos Elwood; pero Aykroyd, acaso el más iluminado de tan ferviente pareja de conversos al rhythm & blues, y que escribió gran parte de la película, concibe una misión para mayor gloria, si cabe: rendir tributo al, por aquel entonces, olvidado acervo del rhythm & blues, algunos de cuyos más grandes artistas —Aretha Franklin, James Brown, John Lee Hooker, Cab Calloway, Ray Charles— convirtieron el largometraje, con sus actuaciones, en un extático delirio tanto o más inolvidable que las salvajes persecuciones en coche que jalonan la comedia. Con más retraso del debido, puliéndose un pastizal, y al filo del descalabro —en más de una ocasión, por las incesantes excentricidades de sus volubles estrellas— el estreno cosechó la censura de una caterva de indignados críticos que se escandalizaron con tan incendiario engendro. Sea como fuere, en los 44 años transcurridos desde entonces, ha sido elevado al pedestal de los grandes clásicos de la comedia musical de acción, y aclamada como una de las películas más célebres y celebradas del siglo XX en su género (probablemente inexistente hasta su estreno).
La investigación de todo lo que conduce a la creación de un clásico siempre entraña no pocos hallazgos y sorpresas. La saga de esta desopilante comedia es épica, abarcando las respectivas infancias de Belushi y Aykroyd; la revolución de la comedia desencadenada por The Harvard Lampoon y por Second City en Chicago; el nacimiento y los primeros años de Saturday Night Live, programa humorístico en el que los Blues Brothers fueron ruidosamente alumbrados; y, por supuesto, la indeleble narración de cómo se fue gestando la película.
Con docenas de entrevistas que sondean los recuerdos de los protagonistas, desde el director John Landis y el productor Bob Weiss hasta el propio Aykroyd, este sentido homenaje devuelve a la vida los avatares de una obra maestra del cine estadounidense al tiempo que recompone las semblanzas de algunos de los preclaros genios a quienes debemos el alumbramiento de la comedia moderna.
La ambiciosa aproximación de Tick desgrana la carrera de la artista con nuevos hallazgos que ponen de manifiesto la obsolescencia de la visión tradicional que segregaba al jazz vocal de la corriente principal del género: la instrumental. Mientras surcaba las procelosas aguas de la industria discográfica que la llevaban del jazz al pop, la cantante pudo echar mano de un amplísimo abanico de recursos que la convertirían en una de las pioneras del jazz vocal modernista con un repertorio asombrosamente diverso. Gracias a la recuperación de canciones perdidas, reseñas procedentes de medios afroamericanos y prensa local silenciada por los popes de la crítica —racista hasta en la selección de sus fuentes—, material de archivo en colecciones privadas y grabaciones que no han visto aún la luz del día, esta intrépida e infatigable historiadora revela cómo Lady Ella dejó su indeleble impronta en actuaciones tanto o más significativas que sus propios registros fonográficos en estudio.
Una exhaustiva celebración de la vida y obra de la prodigiosa artista que estableció un estándar de excelencia sin parangón en la canción popular norteamericana.
Las reminiscencias de sus andanzas por el París de la posguerra se entrelazan con accesos de nostalgia, meditación, reflexión e introspección, que culminan con un poco halagüeño pronóstico sobre todo a lo que podemos enfrentarnos como especie en nuestro planeta. El chico es una fuente mágica de sabiduría literaria, un prepóstumo ejercicio sobre el cable sin red (y sin demasiada puntuación) que desafía todo intento de clasificación. «No estamos ante un libro de memorias, sino ante un manifiesto literario: la vida son los versos, las líneas, los poemas y las ficciones, los libros que hemos leído. Antes que escritor, librero, editor, activista, ecologista, esposo o hijo o amigo o maestro o padre, Lawrence Ferlinghetti fue sobre todo lector […]. Todo el volumen es la reescritura de múltiples reescrituras. Porque eso es la vida», sentencia en el prólogo Jordi Carrión a propósito de tan sublimes remembranzas.