Este es un caso que encuentra a Poirot, y no a la inversa, para el que empleará al máximo sus células grises: las únicas que no envejecen.
Tres muchachas compartían el mismo piso en Londres. La primera trabajaba como secretaria; la segunda era una artista; la tercera, que fue en busca de Hercule Poirot para solicitar su ayuda, ha desaparecido creyéndose la asesina de las otras dos. Ahora, en medio de rumores sobre revólveres, navajas automáticas y manchas de sangre, Poirot deberá hacer gala de su tenacidad habitual para establecer, sin evidencia alguna, si la tercera muchacha es culpable, inocente, o si simplemente está loca. Otra novela en la que Poirot se verá afectado por una de sus pocas debilidades: ayudar a jovencitas en apuros, algo que siempre le hace aceptar los casos más complicados.