Cuando tenía nueve años, a Lucy Grealy le diagnosticaron un tipo de cáncer conocido como sarcoma de Ewing. Contra todo pronóstico, logró sobrevivir, pero durante los siguientes años, y después de que le extirparan una parte de la mandíbula, tuvo que someterse a decenas de operaciones para intentar reconstruir su rostro desfigurado. Grealy aprendió entonces a vivir con las burlas o la compasión de los demás; aprendió a aceptar su imagen reflejada en el espejo; aprendió a crecer de una forma distinta a la del resto de adolescentes. Aprendió, en definitiva, a gestionar la diferencia y la indiferencia.
Estas memorias son el relato de los años de infancia en un suburbio de Nueva York, de los días de colegio, de la aparición de la enfermedad y el intento de normalizarla, de las travesuras en el hospital junto a otros niños enfermos, de la relación con padres y hermanos, de la llegada de la adolescencia y el descubrimiento de la vida.
Autobiografía de un rostro fue publicado originalmente en 1994, seis años antes de que Lucy Grealy muriera por culpa de una sobredosis de heroína. Por ser un testimonio enormemente sincero, narrado de forma brillante y sin un ápice de sentimentalismo, el libro recibió pronto el aplauso de la crítica y el público anglosajón. Grealy escribió, sin caer en el dramatismo o la autocompasión, un texto que nos interpela directamente —la búsqueda de aceptación propia y ajena, la relación con la familia y el entorno— y que parece por momentos envuelto en el ingenuo desenfado de la primera juventud.
Un pequeño tesoro de la literatura memorialista traducido ahora por primera vez a nuestro idioma.