Mi experiencia profesional y personal me lleva a la convicción
de que los hombres y mujeres de nuestro tiempo han
adquirido un sentido nuevo y añadido a los tradicionales de los
seres humanos. Lo denomino, quizá con cierta discrecionalidad,
el octavo sentido y va más allá de los físicos ?vista, oído, tacto,
gusto, olfato?, más allá, asimismo, del que ha da¬do en
denominarse el sexto ?que sería el sentido intuitivo? y también
más allá del séptimo que consistiría en la capacidad extrasensorial
humana. Ese octavo sentido remitiría a la irrefrenable necesidad
de las personas de comunicarse con la % nalidad de ser entendidas
por las demás y crearse así una entidad propia en el colectivo en
el que se desenvuelven.
Se me dirá que la necesidad de comunicación ha sido una
constante desde que tenemos noticia del hombre y de su entorno.
Cierto. Pero no del todo. Porque los paradigmas de la comunicación
interpersonal actuales han alterado sustancialmente los ins?
trumentos de relación tradicional. El octavo sentido de los seres
humanos discrimina la verdad de la mentira con una capacidad de
disciernimiento extraordianria y constante. En este libro desgrano
experiencias profesionales que arrojan una consideración
categórica de un modo de entender la comunicación. He querido
escarbar en los factores éticos de la comunicación porque sin
ellos nuestra gestión carecería de grandeza. Y es que solo se ama
lo que se conoce y se suele detestar lo que se ignora. Desde ese
punto de vista, la comunicación no solo es transformativa, sino
también constructiva porque establece la interconexión de
conocimientos mutuos que hacen la urdimbre de una auténtica
sociedad.